Desde
la primera vez que la vi en televisión, no me hizo gracia la tal Ana Simón. Independientemente
de la calaña de mi sentido del humor, nunca he compartido sus maneras, su
puesta en escena ni esos diálogos memorizados escritos por guionistas más o
menos lúcidos. El chiste fácil no es bienvenido para la que escribe, menos
cuando ningunea a personas o colectivos que no interfieren en la libertad de
expresión o pensamiento de los demás.
Hasta
hace unos días, Ana Simón era para mí una chica que estaba haciendo lo posible
por aprovechar una oportunidad de oro en televisiones "de primera".
Por cierto, ignoro cuáles serán sus pretensiones en la caja tonta, pero intuyo
que no le llegará nunca si quiera a la suela del zapato de la gran Patricia
Conde -a la que, por cierto, echo de menos.
En
su espacio televisivo de La
Sexta , esta marioneta se ha desvanecido al ridiculizar a mi
tierra, a los devotos y religiosos que disfrutan de una de las fiestas más
populares y tradicionales de nuestro "bendito" país. Por si no lo
sabe, la libertad religiosa es una práctica habitual por esta zona. Con poco
garbo y menos gracia, ha escupido frases que ayudan poco a eliminar tópicos
sobre la moribunda Andalucía que nos han dejado, escudándose en un espécimen
germano sobradamente prepotente y ataviado con ropa de boy scout que seleccionaba intencionadamente sus entrevistados con
la única finalidad de sacar a relucir un friquismo
que, personalmente, nunca he visto en ninguna de las treinta semanas santas que
llevo vividas.
En
este tiempo, he compartido con mucha gente -más o menos católica, más o menos atea
y andaluza cien por cien- sábados de Gloria con aderezo, domingos de
Resurrección con ilusión, pujas desmedidas e insultantes en Carreritas, miradas
de reojo entre distintas hermandades, piques, comentarios desafortunados, risas
y lágrimas de emoción y admiración ante imágenes -no "estatuas", Ana
Simón. Incluso me he permitido el "lujo" de reflexionar sobre algún
que otro gesto de ostentosidad en hermandades en un momento en que en mi pueblo
hay familias y niños que pasan hambre, ya que en este punto me desoriento con
tanto relativismo y pierdo la noción del verdadero espíritu cristiano, ese que
el recién elegido Papa parece querer retomar ¿El Catolicismo dictamina engrosas
las arcas de las hermandades o pensar en las necesidades del vecino que no
llega a fin de mes, independientemente de las limosnas? A propósito de esta
reflexión, se me viene a la cabeza la reciente publicación del New York Times,
que plantea cuestiones en esta línea.
Pero
volviendo al tema de la recurrencia a tópicos –más o menos ciertos, más o menos
infundados- he percibido durante estos días cierta crispación entre el público,
que menosprecia a la rubia y jalea al genial humorista Manu Sánchez. Visto su sketch, he de decir que esperaba más de
él, me ha decepcionado, lo he visto demasiado benigno en esta especie de
llamada de atención amparándose en la excusa de que “no nos insulta”. Parece
que la mordacidad para con Anita Simón la ha guardado para su pizarra sobre la
imputación de la Infanta Elena. Una pena, porque con las actuaciones de doña
Elena de Borbón a quien únicamente se “perjudica” es a su propia familia,
mientras que con la ridiculización de nuestra Semana Santa, La Sexta y la
marioneta rubia se mofan de nueve millones de andaluces. Así es.
Si
nos conformamos con aplaudir a Manu Sánchez y no nos vacunamos contra el
“síndrome de inmunodeficiencia ciudadana” –en palabras del genial José Antonio Marina, referido a la pasividad del
ciudadano, seguiremos viendo tópicos sobre Andalucía una y mil veces. En las
series de televisión la chacha, el gracioso, la buscona y el holgazán son de la
Subbética, en anuncios publicitarios de limpieza, ahí está la mujer –que no el
hombre- con nuestro acento. Incluso en nuestra propia clase política tenemos
casos destacables. Si tanto nos molesta que se rían de nuestra “cultura” del
analfabetismo, el borreguismo y la holgazanería, demostrémosle a estos
impresentables, ignorantes y dogmáticos que somos más de lo que ven.
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