A simple vista, esta pregunta tiene una fácil respuesta: es andaluz el
que nace en Andalucía. No obstante, ser andaluz puede conllevar un puñado de cosas
buenas y otras no tan agradables, graciosas e intolerables, justas e injustas.
Ser andaluz debe ser algo más que haber nacido en Andalucía, a juzgar por la
extensa literatura existente acerca de esta cuestión y que ayer, hoy y siempre
levanta ampollas en todas partes.
Estos días se celebra una efeméride muy especial: el día de la Comunidad Autónoma
Andaluza. Si queremos, podemos quedarnos con algo más que un día señalado en
rojo en el calendario del sur peninsular y que sirve para descansar un día más
a los afortunados que aún conservan su puesto de trabajo. Repito, es “algo
más”, ya que la porción de tierra que sirve de unión entre el norte de África y
el continente europeo es un rinconcito que ha albergado numerosos pueblos desde
tiempos inmemoriales: fenicios, visigodos, romanos, árabes, judíos… Andalucía
es un pueblo de pueblos generalmente sabedor de su dilatada historia, por lo
que se conoce muy bien a sí mismo. Siglo tras siglo, año tras año, ha exprimido
el jugo de sus fértiles tierras para dar de comer a innumerables generaciones
de andaluces que en distinta medida y con distintos resultados han hecho del
ser andaluz algo más que un rasgo distintivo geográfico.
Hay quienes hablan de “ser andaluz” de forma aséptica, como una
identidad concreta dentro de las distintas comunidades que conforman España,
sin más. Los más entusiastas gustan del apelativo “orgullo”, lo cual lleva
implícito –a mi juicio- el eterno dilema del complejo de inferioridad y
consecuente reivindicación histórica (al igual que se habla de ”orgullo gay” en
aras de la defensa de la igualdad de derechos entre los homosexuales). Entre la
identidad a secas y el engreimiento entiendo que debe haber un lugar intermedio
porque ser andaluz es bastante complejo y no suele dejar indiferente a los de
fuera, para bien o para mal.
Ser andaluz es más que reírle las gracias a Juan y Medio, Falete, María
del Monte o a Jesulín de Ubrique y aguantar con los desfalcos de Julián Muñoz y
compañía. Ser andaluz es síntoma de paciencia, de sosiego y de templanza, al
ver pasar los años y seguir viendo impasibles que tenemos montones de hectáreas
de tierra sin industrializar, puertos fantasmas y factorías que se cierran sin
que nadie ocupe un puesto en ellas. Ser andaluz es acoger al inmigrante como a
uno de la familia, adorar la cultura del extranjero que nos visita y ofrecer lo
mejor que tenemos en casa Es estar por encima de las ferias, los carnavales,
las romerías, la Semana Santa ,
el flamenco, los toros y los puentes, Ser de Andalucía es vivir entre el
sacrificio, el esfuerzo, los suspiros y la rabia contenida de quienes no
recibieron justicia. Ser andaluz es disfrutar y presumir de una tierra que lidera
el empobrecimiento y las cifras de paro de todo el país en medio de una
vorágine emprendedora que en los últimos años ha llevado a los rincones más
recónditos del planeta muchos de nuestros productos. Ser andaluz es resistir
que te llamen “cateto” si ceceas a sabiendas de que el ignorante es el que se
intenta mofar de ti. Ser andaluz es algo más que ir por las calles de Salamanca
hablando y ver cómo los salmantinos miran hacia atrás para escuchar atentamente
cómo hablas; también es posible ser andaluz y no saber contar chistes.
Sinceramente, cuantas más vueltas le doy al tema más interrogantes y
controversias me van surgiendo acerca del significado de ser andaluz. Lo que sí
tengo claro es que me gusta ser andaluza, me gusta vivir en esta zona bendita
de días largos, en la que los rayos de sol lucen prácticamente todo el año y
nos regala parajes naturales de gran belleza. Es lógico que los turistas se
queden prendados de Andalucía. Con estos ingredientes, es normal que seamos tan
aficionados a salir, a conversar en la calle tranquilamente con nuestros
vecinos y amigos. No podría ser de otra manera. Y hablando de ingredientes, me
gusta ser andaluza porque ello conlleva disfrutar los 365 días del año de los
mejores alimentos del mundo, esos que conforman la llamada dieta Mediterránea y
que genera adeptos por todo el mundo.
No puede sino gustarme esta tierra en que decimos las cosas alto y claro
(mal que le pese a algunos soberbios del norte de España), por eso nos
permitimos el lujo de relajar las consonantes al final de la sílaba. Y hablando de hablas, el habla andaluza
posee una riqueza expresiva única, resultado de la convivencia de tantos y
tantos pueblos que nos dejaron su impronta en el lenguaje, esa marca oral que
muchos intentan imitar. Hay pocas cosas que despierten en mí un sentimiento de
rechazo tan inmediato como cuando escucho por la radio o la televisión a
alguien que intenta hacerse pasar por andaluz… No, eso no me gusta. Y no me
gusta porque muchas veces derivan en la sátira y burla de la esencia del
andaluz basándose en los tópicos típicos. Me viene a la memoria un gag del
humorista Wyoming sobre Andalucía, así como otros muchos intentos de
menosprecio a la identidad andaluza, y lo preocupante es que no son ejecutados
por humoristas, sino por personajes que aún creen en la superioridad de sus
lugares de procedencia. Me gusta Andalucía, me gusta ser del sur, me gusta ser
feliz con lo que tengo. Eso también es ser andaluz.
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