jueves, 12 de abril de 2012

LAS NUEVAS CARAS DE LA POBREZA EN ESPAÑA



No recuerdo en qué programa, pero ayer escuché en la radio que cada día hay mayor número de ricos en el mundo. Ese titular me llamó la atención. Por un lado, me dije: “si lo dicen en un programa informativo, será cierto”. Pero por otra parte, vi en el titular y el contenido de la noticia un matiz un tanto paradójico. Así que, teniendo en cuenta que los números no son mi fuerte y respetando al autor de aquel texto radiofónico, lancé un: “será al revés, cada día crece el número de pobres”. También es cierto. Cada día, los ricos son más ricos, y los pobres, más pobres. Es decir, se está produciendo un fenómeno generalizado en muchos lugares de Europa: la clase media, tal y como la conocíamos, tiende a desaparecer si nada ni nadie lo remedia.
Este hecho no me transmite buenas vibraciones ni esperanzas, sino una desazón y una inquietud que aumenta progresivamente. Según cifras oficiales, en España uno de cada cuatro niños vive en situación de pobreza, y la mitad de los jóvenes no tiene empleo, por lo que actualmente existen escasas expectativas de cambio en el horizonte de la clase media. El paro se ceba con aquellos que un tiempo atrás gozaron de una buena posición social y económica y los arroja a un entorno desolador, desconocido y desconcertante: la pobreza.
Estos nuevos rostros de la pobreza no se corresponden con el estereotipo que teníamos; no son harapientos o mendigos, no tienen nada en común con la imagen mental del ideario común. Los nuevos pobres visten de marca –hace meses se lo podían permitir-, muchos de ellos han cursado estudios universitarios y han copado puestos de trabajo de relevancia. Son personas cultas que han dejado de asistir a teatros y espectáculos en los grandes auditorios inaugurados en plena burbuja inmobiliaria. Esos auditorios en los que las arañas tejen majestuosos telones a su antojo porque hoy dormitan; ya no pueden acoger grandes eventos audiovisuales ni culturales por no haber liquidez para sufragar los gastos ni abonar el caché de los artistas.
Estos nuevos pobres deciden cada día si pagar la hipoteca para evitar la dureza del desahucio o comer. Los que eligen la primera opción, asisten cabizbajos a los comedores sociales a diario, donde por menos de un euro tienen un plato caliente que les entretiene el estómago. Un incontrolado e inoportuno sentimiento de vergüenza, malestar y culpabilidad se ceba con ellos. En muchos de los casos, van acompañados de sus hijos, unas criaturas que, de la noche a la mañana y sin comprender cómo ni por qué han pasado de exigir un nuevo mp4 a vestir de la caridad; de estar internos en un colegio privado trilingüe a cambiar de amigos y de centro escolar.
Uno de los rasgos más destacables de mi carácter es la continua lucha por sacar siempre algo positivo de todo lo negativo que me pueda ocurrir. Creo que de todas las situaciones adversas que vivimos podemos extraer al menos la enseñanza, la lección después del error. Por este motivo, si algo positivo se puede sacar de esta situación es que los valores que van a tener estos niños y adolescentes van a ser, probablemente, mucho más puros y prudentes que los que tiempo atrás tuvieron; pensarán dos veces las cosas y tomarán las decisiones con la mente en frío. Habrán aprendido que las cosas materiales pueden desaparecer fugazmente, pero una mente amueblada siempre permanecerá, por encima de las crisis, del paro y de las necesidades materiales. Es mi impresión y mi esperanza.
Por otra parte, quisiera recordar el peligro que conlleva la disminución de la clase media, porque ello deja ver que la desigualdad entre ricos y pobre aumenta considerablemente. En España, por ejemplo, la renta media del 10 por ciento de los que más ganaban  en 2008 era doce veces superior al 10 por ciento que menos tenía, según datos de Eurostat. El aumento de la desigualdad en la distribución de la renta no favorece el crecimiento económico y genera tensiones económicas, financieras y sociales, por lo que el panorama que se nos avecina no resulta precisamente halagüeño. Al hilo de estas informaciones, se me ocurren múltiples interrogantes: ¿qué futuro laboral y económico tendrán nuestros hijos? ¿Qué oportunidades laborales tendrán? ¿Cómo se reestructurará el modelo social de nuestro país en los próximos años? ¿Se generará empleo en la clase media? ¿Podrán ir a la Universidad? Y si van ¿podrán desempeñar en España su carrera? ¿Podrán, si quiera, soñar con ello?
La respuesta a estos planteamientos pulula diariamente en medios de comunicación, economistas, políticos, politólogos, sociólogos y gurús varios; aunque siempre dependerán de la ideología que se esconda tras ellos, por lo que en estos momentos no me queda más remedio que seguir esperando al futuro, presa del escepticismo generalizado que me invade. Pero volvamos a lo dicho anteriormente: saquemos, de esta dramática situación, algo bueno: la voluntad, el esfuerzo, la conciencia, los valores, la imaginación, la educación, la fantasía, y el amor por los demás no pueden ser embargados por ninguna entidad financiera. 

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