viernes, 17 de febrero de 2012

¡AY, DEL REFRANERO…!


Los refranes me apasionan, guardan todo un mundo de sabiduría popular coherente, sabio, certero y prácticamente todos son irrebatibles, no en vano aglutinan la sabiduría de cientos de años. Tal y como cuenta la Paremiología (la disciplina encargada de estudiar los refranes y proverbios), estas sentencias nos ayudan a conocer, a conocernos. Hacen las veces de guías y, en mi opinión, podrían reemplazar de un puntapié a más de un aprovechado pseudogurú que se dedica a escribir libros de autoayuda. Están de moda los libros de autoayuda; frases e imágenes sacadas de estos manuales del qué hacer con uno mismo invaden los perfiles en redes sociales de mucha gente y en las bibliotecas incluso hay listas de espera para alguno que otro manual de esta calaña.
En fin, lo reitero: prefiero el refrán de toda la vida, anónimo y breve, sin errores de traducción y con toda la mezcla de culturas que a nuestras espaldas llevamos. Existen clasificaciones de índole literaria, zoológica, toponímica, lingüística, gastronómica, sociológica, meteorológica…
      Miguel de Cervantes fue un gran amante de los aforismos, sentencias y refranes, de ahí que El Quijote sea un punto de referencia fundamental para todos los que admiramos estos tesoros de la lengua. Algunos de mis predilectos son:

·         Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo. 
·         Me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre, cada individuo es una variedad de su especie. 
·         El amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento. 
·         El hacer el padre por su hijo es hacer por sí mismo. 

Por cierto, lejos de escribir uno de mis temas predilectos de oposiciones de hace un par de años o de hacer una tesis, me ha parecido oportuno dar cabida en este artículos a unos cuantos de los cientos de dichos populares que tenemos en español.

·         No te mates por saber que el tiempo te lo dirá. Este sentencia es la que deja sin aire a los impacientes o insaciables de información, pero funciona (¡ay que si funciona!).
·         Al mal tiempo buena cara. Claro, por eso nos reímos tanto últimamente… y lo que nos queda por reír, tal y como está el patio.
·         ¿Es mentira acaso que al perro flaco todo se le vuelven pulgas? Comprobado: si se te avería un electrodoméstico, luego se estropeará otro, o tendrás que pasarle revisión al coche. Y tendrás que cambiarle el aceite. Y justo en ese mes te cargan el seguro de la casa. No falla. Ni Ley de Murphy ni nada. El perro flaco.
·         Cada mochuelo a su olivo. Esta frase no es de las más extendidas, pero tenía que incluirla por razones sentimentales: es muy utilizado por mi padre y eso me basta.
·         Otro muy de mi casa: torres más altas cayeron. Sin comentarios. Por lo que se ve, nada es para siempre, ni nadie es imprescindible.
·         Más vale pájaro en mano que ciento volando.
·         Gallina vieja hace buen caldo. La respuesta de quienes se alejan de los treinta y se acercan a los cuarenta cuando les felicitas por su cumpleaños…
·         Sarna con gusto no pica. Es el típico que se puede aplicar cuando, a cuarenta grados, estás en la feria debajo del toldo de la caseta abanicándote. O cuando estás en el campo de fútbol y llueve “a chuzos”. O cuando te pones unos taconazos y te duelen hasta las pestañas. Bueno, esa situación admite un para presumir hay que sufrir.
·         Lo que mal empieza, mal acaba. Lo explico con otro refrán: más claro, agua.
·         No hay mal que cien años dure. Vale, pues una cosa clara sí tenemos: esta maldita crisis habrá terminado, como muy tarde, en el año 2108.
·         El último: piensa mal y acertarás. Este me lo enseñaron el primer año de carrera, así que cuando el río suena, agua lleva.

El Secreto no se puede memorizar instantáneamente. Los refranes sí. Lo siento por vosotros, Bucay, Robinson, Maxwell, Byrne… Lo breve, si bueno, dos veces bueno. Pues eso, larga vida al refrán. 

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