A menudo pensamos en las personas
discapacitadas. Sí, a menudo. Al menos, así lo hacen quienes mueven los hilos
del entramado social en que nos alojamos. De vez en cuando, casi de forma
anecdótica, algún que otro ente administrativo sorprende al ciudadano de a pie
anunciando a bombo y platillo que ciertas personas con discapacidad pueden
desempeñar tareas laborales remuneradas. Es decir, que hay algunos
discapacitados que pueden trabajar, para que quede clarito.
Al hilo de este comentario se nos
viene a la mente, probablemente, el actor Pablo Pineda, un joven que ha dado
muchas lecciones a la vida con poquísimos años. No obstante, hay muchas
personas anónimas que, al igual que Pablo, se sienten capaces y pueden ser
autónomos, independientes y, en definitiva, libres. Es una pena que lo de Pablo
sea una excepción, con la de personas discapacitadas que tenemos a nuestro
alrededor y que saben que pueden dar algo a cambio a la sociedad.
El motivo del presente artículo
no es otro que hacerles llegar una situación personal de una persona muy
cercana y querida. Se trata de una joven pileña Síndrome de Down que tiene
diecinueve años: Laureana Moreno. Laurita. Le gusta salir con sus amigos, se
viste a la moda, quiere y hace reír a sus familiares siempre que puede, aunque
hay veces en que muestra su carácter y se opone a según qué cosas. Entre sus
debilidades está el dar cariño a raudales a su ejemplar hermana y sus abuelos.
Va y viene al instituto y nos cuenta lo que hace y nos comenta quién le hace
tilín. Repito, tiene diecinueve años, y la única característica que la
distingue del resto es la Trisomía 21, el Síndrome de Down.
Pero para Laurita esto no es del
todo un problema; ella aspira a ser algo más que una joven discapacitada. Tiene
inquietudes, muchas inquietudes. Es lista, responsable, honesta, cariñosa y
fiel a sus principios. Desde que la conozco ha mostrado un gran interés por
aprender de todo cuanto tiene a su alrededor y gracias a que su entorno familiar
no ha reparado en esfuerzos para ayudarla desde el día en que nació, ella es
una más. Sí, plenamente. Una más.
Laureana tiene plena consciencia
de sus limitaciones, pero también demuestra con clarividencia la necesidad de
estar ocupada, de ayudar a los demás, de tener una responsabilidad más allá de
las tareas escolares que poco le motivan, pues hace años las viene haciendo con
total normalidad. Pero hay un problema: a sus casi veinte años, está a punto de
abandonar la Educación Secundaria y sus padres, angustiados, me transmiten la
incertidumbre acerca de sus ocupaciones a partir de pocas semanas. En septiembre
no habrá ningún instituto público que la acoja y Laurita insiste en que puede
hacer algo más que estar en un Centro de Discapacitados. Ella se siente útil de
cara a esta sociedad y se lo muestra constantemente a sus padres, por lo que
podemos imaginarnos cómo han de sentirse. En la integración laboral es en lo
único que no pueden ayudarla, por más que lo intentan.
¿De qué manera podemos ayudarla?
¿Quién puede ofrecerle un empleo, con la situación actual? ¿Qué opciones puede
tener esta joven? Hay muchas interrogantes y sin duda hay muchos agujeros en
materia de integración laboral para discapacitados como ella. Sería tan
reconfortante que alguien se hiciera eco de estos ruegos y la tuvieran en
cuenta…
Un beso, Laurita. Ojalá consigas
tus propósitos.
Espero que Laurita vea satisfechas sus inquietudes y pueda seguir una vida normal siendo útil a la sociedad laboral, porque en lo que se refiere a la sociedad en general, ya nos está dando toda una lección a todos. Un beso Laurita.
ResponderEliminarsuerte para Laurita
ResponderEliminarun muy hermoso post, Eloísa
saludos blogueros