sábado, 25 de agosto de 2012

Que treinta años no es nada...


Hoy hace justamente treinta años que nací. No creo que sea mucho ni poco, sino un período de tiempo suficiente como para desenmascarar algunos mitos y tirar por la borda falsas esperanzas con las personas y las ideas que antes me entusiasmaban y hoy son puro fiasco. A veces quisiera no pensar, creo que aquellas personas que no se cuestionan constantemente las cosas viven más felices –o al menos con menos estrés, con menos tensión que yo. No obstante, me ha tocado. Soy así, desde pequeña he escudriñado, medido y racionalizado prácticamente todo lo cotidiano, lo material y lo sensorial. Ya he asimilado esa especie de neurosis que me acompaña como si fuera mi sombra.
No sé si hoy toca hacer balance, pero lo que sí quisiera es dejar claro que con treinta años veo algunas cosas más nítidas que hace diez. A menudo recuerdo cómo era con veinte años, y se notan los diez años de más; sobre todo después del nacimiento de Paloma y unas cuantas decisiones más. La diferencia esencial entre los veinte y los treinta, a día de hoy, la marcan mi hija y esas decisiones; unas cierran ciclos y otros los abren. Creo que la vida es un conjunto de ciclos, de etapas, de puertas que se abren y cierran. A día de hoy, hay muchos mitos que han caído para mí. Hay muchos ideales, conceptos y tradiciones a las que no les veo sentido. Considero que no están a la altura de las necesidades que la sociedad tiene, no superan el nivel o ni siquiera se plantean resolver aquellos problemas o inconvenientes que han suscitado en la humanidad. Esta corriente escéptica que me invade me está llevando a un nihilismo importante, ya que estoy dejando a un lado todo lo que no tenga un valor pragmático inmediato o tenga un papel positivo inmediato en el entorno más cercano.
Hay un cúmulo de cosas –no voy a entrar en detalle por puro capricho- que considero desfasadas y carentes de sentido, lo cual me hace pensar en la posibilidad de no hallarme en un entorno en el que hasta ahora había vivido con total normalidad. Imagino que es el precio que hay que pagar por evolucionar emocional y racionalmente. A veces te sientes mejor y otras, te atormentas y tratas de ignorar esos cambios. Otras… haces que te olvidas de ello. En este ataque de sinceridad me gustaría decir que hace diez años veía las cosas blancas y negras, pero hoy las veo grises. Todo es gris. Nada es absoluto, ni siquiera las personas somos como creemos ser. Una persona buena puede llegar a hacer mucho daño de la noche a la mañana. Una persona honesta puede equivocarse y meter la mano en el bolsillo ajeno… Hay tantos casos como gente en el planeta. Por eso creo que la vida es una amalgama de sensaciones que nacen y mueren, de personas que se transforman y relaciones que se afianzan, se recuperan o simplemente mueren.
No sé si viviré otra década más, pero si vivo probablemente decida hacer otro balance breve y hasta cierto punto codificado de aquellos aspectos más o menos cotidianos que me rodean. Estaré o no en la misma órbita que hoy, pero probablemente las voces interiores sigan resonando en mi conciencia. A propósito, un pilar fundamental en mi vida que permanece indemne es el de la familia y la amistad: siguen siendo los mismos salvo un par de incorporaciones, aunque hoy los quiero, acepto y necesito más que ayer.


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