Hoy hace justamente treinta años
que nací. No creo que sea mucho ni poco, sino un período de tiempo suficiente
como para desenmascarar algunos mitos y tirar por la borda falsas esperanzas
con las personas y las ideas que antes me entusiasmaban y hoy son puro fiasco.
A veces quisiera no pensar, creo que aquellas personas que no se cuestionan
constantemente las cosas viven más felices –o al menos con menos estrés, con
menos tensión que yo. No obstante, me ha tocado. Soy así, desde pequeña he
escudriñado, medido y racionalizado prácticamente todo lo cotidiano, lo
material y lo sensorial. Ya he asimilado esa especie de neurosis que me
acompaña como si fuera mi sombra.
No sé si hoy toca hacer balance,
pero lo que sí quisiera es dejar claro que con treinta años veo algunas cosas
más nítidas que hace diez. A menudo recuerdo cómo era con veinte años, y se
notan los diez años de más; sobre todo después del nacimiento de Paloma y unas
cuantas decisiones más. La diferencia esencial entre los veinte y los treinta,
a día de hoy, la marcan mi hija y esas decisiones; unas cierran ciclos y otros
los abren. Creo que la vida es un conjunto de ciclos, de etapas, de puertas que
se abren y cierran. A día de hoy, hay muchos mitos que han caído para mí. Hay
muchos ideales, conceptos y tradiciones a las que no les veo sentido. Considero
que no están a la altura de las necesidades que la sociedad tiene, no superan
el nivel o ni siquiera se plantean resolver aquellos problemas o inconvenientes
que han suscitado en la humanidad. Esta corriente escéptica que me invade me
está llevando a un nihilismo importante, ya que estoy dejando a un lado todo lo
que no tenga un valor pragmático inmediato o tenga un papel positivo inmediato
en el entorno más cercano.
Hay un cúmulo de cosas –no voy a
entrar en detalle por puro capricho- que considero desfasadas y carentes de
sentido, lo cual me hace pensar en la posibilidad de no hallarme en un entorno
en el que hasta ahora había vivido con total normalidad. Imagino que es el
precio que hay que pagar por evolucionar emocional y racionalmente. A veces te
sientes mejor y otras, te atormentas y tratas de ignorar esos cambios. Otras…
haces que te olvidas de ello. En este ataque de sinceridad me gustaría decir
que hace diez años veía las cosas blancas y negras, pero hoy las veo grises.
Todo es gris. Nada es absoluto, ni siquiera las personas somos como creemos
ser. Una persona buena puede llegar a hacer mucho daño de la noche a la mañana.
Una persona honesta puede equivocarse y meter la mano en el bolsillo ajeno… Hay
tantos casos como gente en el planeta. Por eso creo que la vida es una amalgama
de sensaciones que nacen y mueren, de personas que se transforman y relaciones
que se afianzan, se recuperan o simplemente mueren.
No sé si viviré otra década más,
pero si vivo probablemente decida hacer otro balance breve y hasta cierto punto
codificado de aquellos aspectos más o menos cotidianos que me rodean. Estaré o
no en la misma órbita que hoy, pero probablemente las voces interiores sigan
resonando en mi conciencia. A propósito, un pilar fundamental en mi vida que
permanece indemne es el de la familia y la amistad: siguen siendo los mismos
salvo un par de incorporaciones, aunque hoy los quiero, acepto y necesito más
que ayer.
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