Faltan
unas pocas horas para que podamos contemplar un espectáculo tan especial como
ansiado: la salida de la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente. En este
momento hay muchas casas en mi pueblo en el que familiares y amigos del séquito
de Sus Majestades luchando a contrarreloj para dejar todo listo, antes del gran
día. Ni que decir tiene que los otros Reyes Magos son ese nutrido grupo “invisible”
voluntarios que colaboran no sólo con el Ateneo Cultural Pileño, prestando sus camiones,
sus remolques, sus tractores, su esfuerzo y su tiempo, sino con todo el pueblo
en general. A ellos hay que agradecer la labor que hacen para que, año tras
año, podamos disfrutar de la magia del cinco de enero.
Tengo
que admitir que es un día que me hace volver a mi niñez, me sigo ilusionando
como cuando tenía siete u ocho años. Por aquel entonces, esperaba impaciente
que Sus Majestades de Oriente pasaran por la carretera de Villamanrique para ir a ver qué me habían dejado en
casa de mis abuelos. Melchor, Gaspar y Baltasar conocían bien la calle Plácido
Fernández Viagas y eran sabedores de nuestra impaciencia, de ahí que antes de
tirar para la calle Sevilla hicieran
un alto en el camino y dejaran una buena carga de regalos para los dos.
Siempre, para empezar, mi hermano Manuel y yo encontrábamos una bolsa de carbón
dulce y nos reíamos con picardía; sabíamos que eso no era todo. A medida que
nos metíamos por todos los rincones esquivando muebles, nuestra Inés, nuestra
Toñi y nuestra tita Pepa nos daban pistas para encontrar los preciados tesoros.
Días antes ya intentábamos averiguar por dónde entrarían los Magos. ¡Qué
ilusión!
Ahora,
algunos años más tarde, sigo experimentando esa sensación aunque de una forma
mucho más gratificante: viendo esas caritas de alegría en los niños que reciben
sus regalos de manos de unos señores ataviados con lujosos trajes y enjoyados
con ademanes amables. Y es que desde hace tres años, hay en Pilas un grupo de
amigos (Juanma, Francis y Juan) que, una vez concluido el itinerario de la
cabalgata oficial, reparten los regalos
a los hijos de familiares y amigos. Algunos se despiertan sobresaltados, cuando
los padres entran en la habitación y les avisan de la inesperada visita. Otros,
los más atrevidos, se abalanzan sobre ellos y les aseguran que han sido buenos
durante todo el año con el fin de obtener el preciado regalo solicitado. En
definitiva, el cinco de enero me sigue ilusionando y estoy deseando que llegue
para ver de nuevo esos ojillos brillantes, ese nerviosismo impaciente, ese
gesto al abrir los regalos, esas miradas agradecidas y esas sonrisas que te
hacen dar gracias a la vida por poder vivir estos momentos un año más.
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