Se comenzó a escribir sobre el amor hacia la dama, siempre idealizada y bella en extremo hasta que hubo quienes hicieron lo propio con el sexo masculino. Eso sí, muchos años más tarde. No obstante son pocos los que han osado escribir a las letras. ¿Acaso no sería posible una historia de amor entre una persona y las palabras de una canción o un verso? Tendría como ingrediente principal un sentimiento no correspondido, lo cual aumentaría la emoción, puro tópico por otro lado.
En esto me viene a la mente la historia del joven enamorado de un puñado de letras a las que daba calor en su regazo, creyendo que así le daría la vida que un día le dieron a él. El joven, que mostraba al mundo su admiración por ese puñado de letras, no supo olvidar aquel trance, no quiso poner en práctica el olvido. Ni siquiera recurrió al silencio; más bien al contrario. Pregonaba siempre que podía su amor incondicional hacia esas letras, a las que sentía que besaba cuando las leía en voz alta. Aquello era una muestra de valentía, ya que teóricamente iba en contra de los preceptos de la sociedad. Él debía, según su círculo, haberse enamorado de una chica. Pero no fue así.
Se prometió a sí mismo ser más fuerte que el resto de la humanidad, que aspira a ser correspondida en el mundo de los sentimientos. Eso sí que es fácil y cómodo. Pero él fue más fuerte, resistió, mandó al traste las convenciones, los acuerdos, los tabúes, los estereotipos... que no son más que partículas inmateriales diseminadas en un estercolero psíquico donde acaban reciclándose muchas conductas para algunos desviadas y que, presentadas en un envoltorio brillante y adornado con un vistoso lazo rizado vienen a toparse en las narices de quienes no pueden ser libres dentro de su parcelita de vida y viven en una jaula de oro por no poder mostrar sus verdaderos sentimientos. Por cierto, aquellas letras de las que se enamoró hablaban de un joven, su verdadero amor, su compañero de clase.
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