martes, 30 de octubre de 2012

LOS VIOLINISTAS DEL TITANIC O LA MASA DE JÓVENES EN PARO



Estamos batiendo récords de parados. La crisis y el paro, la cara y la cruz de la misma moneda –España- están presentes cada minuto en todos los medios de comunicación, en las plazas, en los bares, en los estadios de fútbol, en los centros comerciales… Andalucía registra más de un treinta por ciento de paro, una ruina a todas luces, una desgracia sin parangón. ¿Qué opciones de progreso cabe en una comunidad o país con semejante número de personas desempleadas? ¿Qué nivel de vida –o de subsistencia- nos espera? ¿De qué modo se puede proceder para solucionar o aliviar esta barbarie?
Sin entrar en análisis políticos mi preocupación va ligada al aspecto sociológico de este momento histórico de decadencia política, social, económica y cultural.  Uno de cada dos jóvenes está parado, así de tajante. Lo que puede implicar que uno de cada dos jóvenes no tenga una mínima base económica que le permita llevar a cabo sus deseos o metas: emanciparse, invertir en determinados bienes o simplemente seguir formándose. Cada vez tengo más conocidos que vuelven a casa de sus padres y que, superando la treintena, dependen de ellos, lo que preocupa tanto a hijos como a padres y les sume en una crisis emocional que a menudo tiene tres salidas: por mar, por tierra o por aire. Lo sé, es un chiste malo, pero la emigración es la única vía para encauzar la vida de muchos jóvenes españoles.
La mayoría de los que deciden emigrar tienen estudios universitario, lo cual, a largo y medio plazo, contribuye sobremanera al empobrecimiento cultural del país. Y eso, sinceramente, me da casi tanta pena como del elevado número de parados. Francamente, me da miedo pensar en el aspecto que puede tener este país dentro de veinte años, cuando una parte de la generación más preparada de nuestra historia se haya esfumado como por arte de magia. No me gustaría que España volviera estrepitosamente al nivel cultural de principios del siglo XX, ni siquiera al de mediados… Sería tirar por la borda mucho dinero y esfuerzo, aunque de esta palabra, desgraciadamente, poco saben la otra parte de jóvenes parados de nuestro país.
Anoche presencié un lamentable episodio en una calle de Pilas en el que los ingredientes eran: dos coches (probablemente financiados por padres), cuatro jóvenes, nivel cultural ínfimo, cultura del ¿esfuerzo? inapreciable, ausencia de respeto por los demás, desocupación y despreocupación por el trabajo, civismo cero, pasotismo, intolerancia, vatios de música y algo de alcohol en sangre. Justo en ese momento pensé en qué sería de ellos dentro de veinte años, qué posibilidades tendrían con esos planes de vida centrados en el “esta noche flipo”. En cierto modo, son víctimas de una burbuja de protección tejida a imagen y semejanza… Difícilmente van a salir adelante de este marasmo si no se reinician, cual PC quejumbroso. Sin estudios, sin oficios, sin ambiciones y sin valores no se puede; al menos, no se puede legalmente, que siempre caben otras vías (a la “Operación Emperador” me remito) poco recomendables.
Imagino que para un padre de familia en paro y con dificultades económicas serias, asumir el trance debe ser un papelón. Afrontar las caras de preocupación de unos hijos que pueden no llegar a la adolescencia tiene que ser mucho más que un mal trago. Y conseguir ocultar ese “detalle” sin que noten nada ha de ser misión prácticamente imposible. Entiendo que no hay que atormentar a los hijos, no se les puede explicar algunos conceptos y hay que ser muy cuidadosos con los términos, las formas y el tono, pues la niñez y la adolescencia son etapas muy difíciles y determinarán la vida adulta. De todos modos, debe haber un término medio entre atormentar a los hijos y educarlos en la responsabilidad.
Quiero dar constancia de que creo firmemente que cada persona tiene una naturaleza propia, independientemente del núcleo familiar en el que nazca. No obstante, tal y como dice mi padre, “al árbol hay que enderezarlo cuando es una planta, no cuando crece”. Si los padres no transmitimos a nuestros hijos el espíritu del esfuerzo y la obligación y solamente le hablamos de deberes ¿conseguiremos que por sí solos se preocupen de aprender un oficio o estudiar? ¿Lograremos que sean independientes y no mendigos institucionales? Creo que si todos esperásemos menos de los demás y nos esforzáramos más por hacer las cosas lo mejor posible, seríamos más felices. No obstante, hay padres que no han inculcado a sus hijos estos planteamientos. A la vista está. Y queda por ver si por sí mismo van a conseguir adaptarse a esta mísera situación socioeconómica y a hacer algo por mejorarla o si, como si de los violinistas del Titanic se tratase, van a quedarse sentados -cubata en mano- esperando a que el barco se hunda.


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