Estamos batiendo récords de parados.
La crisis y el paro, la cara y la cruz de la misma moneda –España- están
presentes cada minuto en todos los medios de comunicación, en las plazas, en
los bares, en los estadios de fútbol, en los centros comerciales… Andalucía
registra más de un treinta por ciento de paro, una ruina a todas luces, una
desgracia sin parangón. ¿Qué opciones de progreso cabe en una comunidad o país
con semejante número de personas desempleadas? ¿Qué nivel de vida –o de
subsistencia- nos espera? ¿De qué modo se puede proceder para solucionar o
aliviar esta barbarie?
Sin entrar en análisis políticos mi
preocupación va ligada al aspecto sociológico de este momento histórico de
decadencia política, social, económica y cultural. Uno de cada dos jóvenes está parado, así de
tajante. Lo que puede implicar que uno de cada dos jóvenes no tenga una mínima
base económica que le permita llevar a cabo sus deseos o metas: emanciparse,
invertir en determinados bienes o simplemente seguir formándose. Cada vez tengo
más conocidos que vuelven a casa de sus padres y que, superando la treintena,
dependen de ellos, lo que preocupa tanto a hijos como a padres y les sume en
una crisis emocional que a menudo tiene tres salidas: por mar, por tierra o por
aire. Lo sé, es un chiste malo, pero la emigración es la única vía para
encauzar la vida de muchos jóvenes españoles.
La mayoría de los que deciden emigrar
tienen estudios universitario, lo cual, a largo y medio plazo, contribuye sobremanera
al empobrecimiento cultural del país. Y eso, sinceramente, me da casi tanta
pena como del elevado número de parados. Francamente, me da miedo pensar en el
aspecto que puede tener este país dentro de veinte años, cuando una parte de la
generación más preparada de nuestra historia se haya esfumado como por arte de
magia. No me gustaría que España volviera estrepitosamente al nivel cultural de
principios del siglo XX, ni siquiera al de mediados… Sería tirar por la borda
mucho dinero y esfuerzo, aunque de esta palabra, desgraciadamente, poco saben
la otra parte de jóvenes parados de nuestro país.
Anoche presencié un lamentable
episodio en una calle de Pilas en el que los ingredientes eran: dos coches
(probablemente financiados por padres), cuatro jóvenes, nivel cultural ínfimo,
cultura del ¿esfuerzo? inapreciable, ausencia de respeto por los demás,
desocupación y despreocupación por el trabajo, civismo cero, pasotismo, intolerancia,
vatios de música y algo de alcohol en sangre. Justo en ese momento pensé en qué
sería de ellos dentro de veinte años, qué posibilidades tendrían con esos
planes de vida centrados en el “esta noche flipo”. En cierto modo, son víctimas
de una burbuja de protección tejida a imagen y semejanza… Difícilmente van a salir
adelante de este marasmo si no se reinician, cual PC quejumbroso. Sin estudios,
sin oficios, sin ambiciones y sin valores no se puede; al menos, no se puede
legalmente, que siempre caben otras vías (a la “Operación Emperador” me remito)
poco recomendables.
Imagino que para un padre de familia
en paro y con dificultades económicas serias, asumir el trance debe ser un
papelón. Afrontar las caras de preocupación de unos hijos que pueden no llegar
a la adolescencia tiene que ser mucho más que un mal trago. Y conseguir ocultar
ese “detalle” sin que noten nada ha de ser misión prácticamente imposible. Entiendo
que no hay que atormentar a los hijos, no se les puede explicar algunos
conceptos y hay que ser muy cuidadosos con los términos, las formas y el tono,
pues la niñez y la adolescencia son etapas muy difíciles y determinarán la vida
adulta. De todos modos, debe haber un término medio entre atormentar a los
hijos y educarlos en la responsabilidad.
Quiero dar constancia de que creo
firmemente que cada persona tiene una naturaleza propia, independientemente del
núcleo familiar en el que nazca. No obstante, tal y como dice mi padre, “al
árbol hay que enderezarlo cuando es una planta, no cuando crece”. Si los padres
no transmitimos a nuestros hijos el espíritu del esfuerzo y la obligación y
solamente le hablamos de deberes ¿conseguiremos que por sí solos se preocupen
de aprender un oficio o estudiar? ¿Lograremos que sean independientes y no
mendigos institucionales? Creo que si todos esperásemos menos de los demás y
nos esforzáramos más por hacer las cosas lo mejor posible, seríamos más
felices. No obstante, hay padres que no han inculcado a sus hijos estos
planteamientos. A la vista está. Y queda por ver si por sí mismo van a
conseguir adaptarse a esta mísera situación socioeconómica y a hacer algo por
mejorarla o si, como si de los violinistas del Titanic se tratase, van a quedarse sentados -cubata en mano-
esperando a que el barco se hunda.
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