Sí. Algo tan simple como eso,
como un tapón de plástico, juega un papel de relevancia extrema en la vida de
muchos niños y chavales en nuestro país y del mundo entero. Tapones de botellas
de agua, de refrescos, de detergentes para la limpieza del hogar, de productos
para la higiene personal, de cremas, de garrafas… Repito: tapones, de esos que
tiramos diariamente casi de forma involuntaria.
Millones de tapones de plástico,
en definitiva, son almacenados con la paciencia de Job día a día, tarde a
tarde, domingo tras domingo y festivo tras festivo por unos padres y madres que
decidieron olvidarse de sí mismos y volcarse en las necesidades básicas de sus
seres más queridos.
La finalidad de esos pequeños
objetos no es otra que la de ser almacenados en contenedores de grandes
dimensiones para ser reciclados, aunque ciertamente aquí es donde comienza la
historia que en este artículo les quiero contar. Resulta que existen niños que
padecen enfermedades raras, esas que afectan a una parte mínima de la población
y que pocas veces tienen el eco que merecen en los medios de comunicación y por
ende, en la sociedad. Muchos de los que padecemos enfermedades raras tenemos la
“gran suerte” de tener a nuestro alcance tratamientos y medicamentos que, si
bien a veces no remedia nuestro mal, lo mejora o estabiliza. No obstante, en el
peor de los casos, muchas de estas enfermedades ni siquiera tienen tratamiento,
ya que al haber tan pocos afectados a la industria farmacéutica no le trae
cuenta emplear el dinero en buscar medicamentos o soluciones. En resumidas
cuentas, los medicamentos huérfanos tienen un elevadísimo coste debido a su
escasa producción, y como las empresas que realizan dichos medicamentos son
rentables cuando ingresan grandes sumas de dinero, se olvidan de gran parte de
personas que padecen este tipo de enfermedades.
El Estado español garantiza
tratamiento para una parte de los pacientes de enfermedades raras, pero para
muchos de ellos no garantiza si quiera operaciones que en muchos de los casos
podría salvar o alargar la vida considerablemente de estos afectados –en la
mayoría de los casos son niños- como ocurre con la ataxia telangiectasia. De
esta forma, la única opción que tienen muchos padres de familia normales y
trabajadores es la de recolectar toneladas y toneladas de tapones de plástico
para ser vendidas a una empresa que los recicla y los aprovecha. Con el dinero
obtenido, pueden operar a sus hijos en otros países y, en los mejores de los
casos, salvarles la vida. No iba mal encaminado aquel que dijo que la felicidad
estaba en los pequeños detalles. Para estos padres, la clave de la felicidad de
sus hijos reside en un tapón de plástico.
Existen en nuestro país empresas
y asociaciones que facilitan la labor de recolección de tapones y personas que
prestan almacenes o naves industriales vacías y sin uso para almacenarlos, para
ayudar a estos pequeños a curarse o a conseguir una mejora en su día a día. A
propósito de estas fechas que se avecinan, en las que supuestamente hay que ser
más solidarios que el resto del año, acordaos de lo que se puede hacer con unos
simples tapones.
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