martes, 12 de julio de 2011

EN TERCERA PERSONA

Tener un vecino que habla de adquirir productos ilegales no es fácil. Más si se observa, día  tras día, año tras año, que no hace cosas que la mayoría del mundo considera normales. La normalidad es un concepto a veces aburrido, ya se sabe. Pero muchas veces resulta, cuanto menos, tranquilizador. En determinadas ocasiones las cosas fuera de lo común, con el paso del tiempo, acaban por convertirse en rutinarias y llegan a rozar la normalidad más absoluta, como por ejemplo el hecho de vivir cerca de una persona que se considera por encima de la ley o residir junto a alguien que recibe visitas de gente que a priori nada tiene que ver con su condición social, edad ni sexo. Hay personas para las que es habitual que su vecino no tenga unas condiciones higiénicas elementales; en este caso, conciliar el sueño y salir a la calle de día sería más apacible si el supuesto amante de las armas de fuego no tuviera este tipo de inclinaciones y las manifestara a la ligera, como si hablara del tiempo, de la factura del agua o de la película que ponen esta noche en La 2.
Hay vecinos simpáticos, bonachones, ruidosos, amigables, juerguistas, educados, groseros, cotillas, amargados, despistados y de muchas más maneras, cuyos comportamientos pueden llegar a ser, en algunos casos, más o menos predecibles. El vecino que deja abierta las ventanas en pleno chaparrón invernal no da pistas sobre lo que piensa, posee un carácter sórdido. Este individuo, por más que pase el tiempo, no llega a dar vestigios de una forma de vida estable, al menos en lo referente a la vía emocional. Y si encima se le oye hablar de cosas como las del principio surgen varias opciones: salir corriendo o reír. La opción tres, la opción consultar con las autoridades competentes en la materia es un arma de doble filo de mucho cuidado, así que se descarta ipso facto, no vaya a ser que el elegido se ensañe con el osado defensor de los derechos fundamentales y de la seguridad de los vecinos, con la familia o quién sabe, con todos a la vez. Ser vecino de determinadas personas es una batalla silenciosa que requiere mucha paciencia y mucha templanza., sólo que a veces es prácticamente imposible aguantar las excentricidades de según qué individuo. Queridas personas que aguantan estoicamente a personajes de dudosa integridad emocional: que Dios os pille confesados y os provea de ingentes dosis de cordura y resignación.

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