lunes, 20 de junio de 2011

Para los que saben querer a los animales

Llegaste a mi vida un templado 22 de diciembre de 2004. Cuando te vi la primera vez estallé de alegría; lo recuerdo como uno de los días más felices de mi vida. Eras rechoncho, peludo, muy suave y baboso. Eras una bola peluda que casi arrastraba la barrigota por el suelo al andar. Tu torpeza al andar me cautivó,  sólo tenías dos meses. Desde ese mismo instante no quise separarme de ti, porque supe que serías especial.
Te hice un hueco en casa y traté (tratamos) de que estuvieras mejor que nosotros, aunque cuando cogiste confianza y fuerza hacías añicos todo lo que dejábamos a tu alcance: sillas, alfombras, zapatillas eran tus juguetes preferidos. Hubo quien no te quiso al principio, pero al final fue uno de los que más tiempo estuvo a tu lado ¿te acuerdas? Quien iba a verte vestido de azul temiéndote que le tiraras al suelo en una de tus descomunales manifestaciones de cariño. ¿Y te acuerdas de quién te compraba huesos gigantes y se quedaba helada cuando los devorabas en cuestión de segundos? Ella te quiso igual que yo, nada más verte. También recuerdo el día en que te puse por primera vez el collar: agachaste la cabeza y pusiste por primera vez  cara de enfado. Nunca había visto a un perro poner "caritas", pero tú las ponías.Agachaste el hocico y me dejaste bien claro que no te gustaban las ataduras, así que tomé nota y te amarré contadas veces. Y el día en que te caíste a la piscina... ¿quién te rescató? Fuimos una familia. ¿Recuerdas cuando te escapaste y te metiste en la furgoneta del panadero y te comiste los bollos? ¿Y cuando te subiste al tejado? Yo pensé que el tejado era cosa de gatos... Te comiste un saco de bollos en un rato. Te aterraban las tormentas hasta el extremo de partir la puerta de la casa y meterte detrás de la cama (porque debajo no cabías). Te escapaste por el campo y casi te cargas una gallina... Hay tantas anécdotas que tendríamos para mucho tiempo, querido Lupo.
Tu tamaño también fue anecdótico. Creciste tanto que no cabías en ningún sitio, incluso tirabas las botellas que estaban en la mesa cuando pasabas agitando de lado a lado tu aterciopelada cola, por lo que tuvimos que llevarte al campo para que tuvieras todo el espacio que necesitabas y de paso te entretuvieras quitando gatos de enmedio. Cuando te llevábamos de paseo por el pueblo niños y mayores se paraban para contemplarte. Eras majestuoso, elegante, robusto, noble y... enorme.
Siempre había querido tener un San Bernardo, pues eras de una estirpe especial, una especie que nunca abandonaría a un amigo, como a mí me gusta. Una criatura que amase infinitamente a cuantos le rodeasen y que manifestase no entusiasmo sino euforia cada vez que uno de los nuestros llegara a verte. Por eso nunca voy a olvidarte y te quiero dedicar estas palabras. Fuiste uno más en nuestra familia y hoy te recordaremos como te lo mereces. Allí donde estés, siéntete querido.

1 comentario:

  1. ELO, ME HAS HECHO LLORAR TAN TEMPRANO. DESDE LUEGO QUE FUE EL MEJOR, NOS HEMOS REÍDO TANTO CON ÉL QUE NOS DEJO DE PRONTO PARA QUE NO LO VIÉRAMOS SUFRIR. NADA NI NADIE LO SUSTITUIRÁ, PERO GRACIAS A DIOS, TENEMOS UNA NUEVA COMPAÑÍA QUE CADA DÍA HACE QUE NOS SINTAMOS MEJOR. OS QUIERO

    ResponderEliminar

Puede dejar su comentario. En el menor tiempo posible serán revisados y publicados, siempre y cuando respeten la libertad de opinión de quien escribe y no contengan insultos o improperios. Muchas gracias por su comprensión.