martes, 24 de mayo de 2011

Trajes de flamenca (apuros rocieros quemeponguescos)

Ya huele a retama, a eucalipto y... ¡a rebujito! Ya estamos pensando en lo que viene. Queridas mentes rocieras (y no rocieras)... ¡Qué nos gusta un traje de flamenca! No, no nos gusta ¡nos encanta! Cada año, nada más acabar el mes de febrero -y con él Simof, pasarela internacional de moda flamenca- muchas cabezas pensantes del entorno maquinan detalladamente el traje -o los trajes- de flamenca que lucirán en El Rocío -y/o en la feria. Hay quienes confían en el diseño de la profesional, pero la mayoría se aventura a ingeniárselas y dibuja en un papelito -guardado a buen recaudo, fuera del alcance de curiosos- uno más moderno, más de este año.
El traje de flamenca es uno de los trajes regionales más vistosos y hermosos que tiene nuestro variado país; es especial, se rige por tendencias, es variado, colorido, favorecedor y... muy apretado.
Como lechugas. Si no nos queda como una segunda piel, a encogerlo! Que nos asfixiemos, que nos duela sentarnos, que nos haga imposible la tarea de hacer unos pipís en medio de las cada vez más escasas matitas de hierba que usamos como improvisados WCs. ¡Que cuando nos bebamos tres rebujitos no podamos respirar! ¡Y... que cuando nos subamos a la carriola o al caballo lo hagamos como lanzas!
Por cierto, ¿qué traje es feo? Los antiguos, y porque los vemos antiguos, que en su día fueron bonitos, iguales que hoy nos lo parecen los del talle bajo. Los que hoy nos parecen out son los de la manga acampanada o de farol con el talle altito (¡qué cómodos, por cierto!), los de la tira bordá ancha como la Castellana y con unos lazos de tres dedos de ancho, tipo muñeca Lola Flores que coronaban los televisores Telefunken de cuatro canales y sin mando a distancia. Esos trajes que antier nos parecían bonitos, hoy están descartados por completo. Bueno, hasta que un día de estos un grupo de diseñadores los vuelva a poner en circulación.
Ahora los que se llevan son fusionados: una mezcla de los entallados de toda la vida con aires camperos, combinando miles de retalitos de telas de todos los colores, tamaños y formas. Más bonitos cuantas más combinaciones, mejor. Preciosos, pero yo entiendo a la pobrecita costurera que lo tenga que coser... acabará de volantitos pacá y pallá hasta las entretelas.
El traje de flamenca también puede tener distintas alturas; puede ser corto, para lucir alpargatas de esparto, qué cómodas y qué ideales para andar por el polvoriento camino. Pero también lo podemos alargar un poquito, que quede saltón. Este traje tiene la ventaja de enredarse menos en las zarzas y en las yerbas rocianeras.
Ahora, en lo que ya no hay ni modas, ni tendencias es en la parte superior, en los escotes: de pico, de barco, con cuello halter -el cuello levantaíto-, asimétrico, con flecos, sin flecos, con mantón, sin él... Carta libre, que cada una elija.
Y la flor, la guinda del pastel... cuanto más grande, cuanto más tiesa, mejor. Que se nos vea de lejos, que parezcan radares, antenas parabólicas, satélites, plantas sobradas de hormonas... ¡Cuidado! Sujétalas bien con cincuenta y cuatro horquillas, para que no se te caigan con el meneo, que una flamenca sin flor... no es lo mismo. Bueno, si la pierdes siempre te queda la opción de buscar un lirio y colocártelo -eso sí, corriendo el riesgo de que te vean los del Seprona y te fastidien la fiesta.

En la próxima entrada podréis ver algunos "ejemplares" que se presentaron el pasado domingo en Pilas. Continuará.

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